15.4.09

Una estrella


(C) Charles Vess, Stardust.


Se presentan los días en los que debo justificar mi arisco carácter para con los nuevos conocidos pues no soy yo la más amable de las prometidas ni la más dulce de las doncellas debido, insistiré siempre, a una ausencia de algodones y melindres desde mi tierna infancia. Como ser humano dejo bastante que desear en esos menesteres, pero con todo, siempre se presenta la oportunidad de mejorar, admitiendo desde ya mis propias limitaciones.


Así, de esa manera que tiene la vida de enseñar las lecciones, conocí a una estrella hace unos años, durante los que sentía en mis entrañas como los más difíciles. Ella me enseñó que no lo eran.


Cuando la conocí -bien, cómo ha de hacerse- la pequeña estrella acababa de caer del cielo. Algo había golpeado su cuerpecito que, aunque más grande que el mío, sin duda mucho más esbelto y tranquilo. La miraba perdida, con la mirada en algún lugar de su brillante espejo. Su dolor trascendía más allá de su especial brillo -no sé cómo no había podido verlo antes de eso- que ocupaba, silencioso, el claro del bosque que formaba nuestro pequeño rincón del mundo donde ambas intentábamos hacer lo que hacíamos lo mejor posible. Parecía no entender porqué se había caído y a menudo la escuchaba llorar por no saber ciertamente si podría volver a estar como antes, allá arriba, junto a la Luna y el Sol. Y yo, como siempre hasta entonces, no sabía cómo acercarme a ella igual que nunca había sabido acercarme a nadie.


Pasó el tiempo y la estrella dejó aquel lugar buscando claros mejores desde los que seguir buscando respuestas aunque no dejó de contarme a cada paso, las aventuras que vivía. Yo me alegraba con ella, lloraba con ella, soñaba con ella. Me enseñó, por primera vez en mi vida, a entender cómo formar parte de otra vida. Y ella seguía caminando, peleando, sufriendo y luchando... siempre por intentar salir airosa.


Tristemente supo un día que no iba a poder volver. No como antes.


Y la estrella se sintió sola. Y yo con ella. Tan tan sola y triste la veía que no encontraba forma alguna de tenderle mi humilde mano. Y nuevamente fue ella quien acudió a mi. Y me enseñó a tender manos. Y a enfrentarme a esas cosas que trae la vida y de las que no te puedes más que defender, con suerte y esperar caer, con algo más de suerte, con una sonrisa en el corazón.


La pequeña estrella sigue aquí abajo. Y le debo un cuento. Pero no es lo único que le debo, aunque sea algo tonto comparado con todas las historias de todas las estrellas caídas del cielo.

3 viajeros:

TORO SALVAJE dijo...

Esa estrella parece una joya.
Debe ser magnífica.
No la pierdas nunca.

Besos.

Veronika dijo...

Este tipo de cosas son las que, precisamente en los momentos más tristes, cuando me pregunto qué hago aquí, me hace sentir que valgo para algo.
Es lo más bonito que me ha escrito nadie nunca, de verdad.

Gracias, gracias, gracias.

Mil besos, me ha encantado :)

Ego dijo...

Un beso para la estrella y otro pa ti.
Si hay que estrellarse, yo pago una ronda.
Para que nos estalle en la cara.
Un abrazo gordo