29.10.08

Gato canalla




Andaba yo retozando,
colmando el apetito,
mesando mi cabello,
limpiándome las migajas
que, despistadas o arrogantes,
caen desde la mesa de la cocina,
cuando, oh sorpresa!
Quién? Cómo? Cuándo?
Un muchacho me mira,
desde fuera, pícaro.
Me guiña un ojo
a través de la ventana.
Apenas un segundo y huye,
el muchacho,
joven, de unos 14,
jersey oscuro,
ojos verdes, chispa al canto.
Quién? Cómo? Cuándo?
Mi madre me dice,
que el gato anda raro,
que mira raro,
que pesa raro,
¿cómo que pesa raro?
Que si, que pesa raro.
El gato anda raro,
el mismo que saqué del frio,
el mismo que crié,
el mismo gato que se resguarda,
canalla,
bajo mi cama cuando no estoy.
Mi madre me dice,
el gato no está,
el gato se ha ido,
el gato ...
Ah, no, ahí está.
Con su pelo oscuro
y sus ojos verdes
y su brillo al canto.
No encuentro al muchacho,
el gato me mira,
pícaro.
No le diré a mi madre,
que he visto al gato,
cuando era muchacho,
y se ha dejado ver,
canalla,
y me ha guiñado un ojo,
pícaro,
como cuando lo saqué del frío.
También podía haberse
quedado a comer,
con cubiertos,
por una vez.
Gato canalla este.

27.10.08

Cuadro




Nunca completo,

solo esbozos donde miras,

un cuadro.

Un cuadro de los cuadrados,

de los de buscar sus esquinas

allá, al final,

donde se acaba la línea,

de dónde cambiar de rumbo,

de hasta porqué y desde cuándo.

Un cuadro cuadrado

de los que mirar en el centro

y encontrar,

ganando al tiempo,

motivos para abrir la boca,

sugerir, asentir, señalar, divagar,

y finalmente ocultar el sinsentido.
Allá dónde miro,

lo veo, atando, recogiendo.

Hebras,

cada vez más fuertes, rígidas,

sostenidas como tu do y mi re.

Trazos,

azules y verdes,

rojos y amarillos.

Sombras, luces y jabón.

Un cuadro al que seguir mirando,

señalando, divagando,

sugiriendo, asintiendo.

Un cuadro que es mio, tuyo.

Ahora completo.

Ahora, a pintar.

22.10.08

Tu también eres Napoleon




Me evado. Me pierdo. Me elevo. Me despisto con un papel tirao, que dice mi madre.
Llevo varios días caminando mirando al cielo y a las piedras pero no al frente.
Mientras me meto un tiburón de gominola en la boca decído que quiero viajar a Metrópolis, en Illinois, solo para posar, cual Obama sin candidatura, frente al Gran BoyScout y presentarle mis respetos. Mi peregrinación al invicto Vaticano me dejó francamente fría: no me dejaron entrar por mostrar mis sugestivos tobillos, me acordé de Groucho y me volví al bar.

En unas cuantas horas pasaré de nuevo por ese templo abierto lleno de olores y palabras de bocas torcidas que por lo general suele hacerse llamar aeropuerto. Igual que siempre, no hay motivo más que el de despistarme de esta vida mía. Lo especial de este viaje, en cambio, es que se me ha unido un compañero de viaje. Cae otro tiburón. Sabe a limonada de caucho. Espero aguantar al menos unas horas antes de liarme a palos con mi compañero.

Ah, espera, no lo he dicho: Mallorca. A una hora de dónde vivo. Una hora más cerca de Tokelau. Ya queda menos.

Pero me evado, me lio, me despisto. Yo estaba hoy aquí para contaros porqué todos tenemos un poco de Napoleón dentro. Bonaparte no, Dynamite.
Quien no haya visto esa película, debería. Yo era así, pero en niña murciana.

Yo también me guardaba comida en los bolsillos para cuando nadie me viera.
Yo también tenia familiares capaces de comprar máquinas del tiempo.
Yo también corría de forma estúpida cuando me avergonzaba.
Yo también tenía un grupo de amigos absolutamente geeks.
Yo también dibujaba seres mitológicos y caricaturas que luego regalaba.
Yo también eché a correr por el desierto para no llegar tarde a la cita.
Mis amigos también eran como Pedro.
Mis enemigos también eran como Summer.

Y, al final, yo también dejé a todo el mundo boquiabierto.
Y lo mejor de todo es que todos hemos sido Napoleon. Y lo sabes.

No sé cuántas veces he visto esa película, pero siempre acabo con una gran recarga de ¿autoestima? ¿paz interior? ¿frikismo puro y duro?

Da igual. Vote for Pedro. No se arrepentirán.

18.10.08

Talking street



Estornudo.

Miro la calle vacía llena de sombras anaranjadas y opácas; ha anochecido.
Demasiado a menudo estoy en lugares oportunos en horas inoportunas y la sensación de que un armagedón silencioso ocurrió cuando yo no miraba me invade frecuentemente.

No es un secreto que nunca me haya gustado demasiado la gente.
Cuestión de gustos. Lo que sí me gusta es ver los rincones que habitualmente están poblados de personas completamente desiertos, silenciosos, esperando ser preguntados por llevar demasiado tiempo guardando secretos.

Las fachadas recogen el eco de mis pasos y puedo escuchar como lo difunden. Diría que se alegran de verme a estas horas. O igual no.
Unos metros más adelante, junto al bordillo de una acera, veo un chupete. Un chupete rojo. Presto atención y la acera me cuenta que realmente no es lo que parece: no es un niño llorándole a su despreocupada madre.

Al parecer ese chupete pertenece a un chimpacé bebé que acaba de ser adoptado por una familia de trapecistas de mayas deslucidas y levantadores de peso de bigotes enroscados. Ese mono se llamará Manuel, o Lola y morirá dentro de dieciocho años, cuando no pueda adaptarse al pequeño rincón del cráter de Ngorongoro, en Tanzania, donde lo suelten cuatro comeyerbas indocumentados de greenpeace.

Y mientras la acera me cuenta eso, escucho otros pasos tras de mi y me vuelvo pétrea: no lo negaré, no me gusta la gente y mucho menos la gente que me persigue.
Los ciegos escaparates me devuelven sus ojos y puedo ver discretamente la figura de un tipo que se acerca demasiado para mi gusto. Aprieto el paso y de paso, el bolso a mi cadera.

Nuevamente otro favor a mi favor.
De repente, una esquina. Y al doblarla, una plaza.
A cada paso la sangre bombea fuerte en mis sienes y me veo acorralada y mal adaptada al medio, como el dichoso mono en Tanzania.
Maldita sea, no quiero acabar mis días siendo pasto de mi propia ineptitud!
Giro la cabeza y ya no hay nada tras de mi.


Estornudo.

Joder, cómo odio las calles que no tienen nada que contar...

16.10.08

Duck, de Duchovny (III) y fin.

Y en esas estaba yo cuando una mañana de mayo de 1997, un compañero de clase -futuramente gay- me señaló con sorna, mofa y befa que el actor a quien yo seguía y quien había pasado unos cuantos años de excesos sexuales, se casaba con una chica que acababa de conocer pocos meses atrás. Y fíjensé ustedes, me alegré por él. Y al compañero casi lo mato.

Hoy, once años después, leo en internet, desde mi lugar de trabajo que nada tiene que ver con la carrera que estudié y entre los post de mi novio y los emails de mis amigas, que aquel actor que me convirtió hace años en una coleccionista de la talla del dueño de La Mazmorra del Androíde, que ese actor, digo, se ha separado de su esposa.
Y aunque aun recuerdo el color de su corbata de bodas, ya no importa.
Y aunque recuerde un breve dialogo virtual entre ambos, ya no importa.
De hecho, ese señor no ha importado nunca realmente aunque sí la idea y el implícito favor propio por haber elegido mi propia forma de definición.

Duck, de Duchovny.

16.10.08

Duck, de Duchovny (II)

Lo único bueno de pasar varios años escondiéndome para escribir es que mi vena tragicómica se vió fortaleciza gracias a las clases de teatro con las que fue amenizada mi vida.
Empezaba a gestarme como una escritora atormentada abocada a la tragicomedia y el alcohol.
Pintaba bastante bien.

Lamentablemente encontré algo que me sirvió de bálsamo y mi carrera dramatúrgica se vió cercenada por ello. Por él. Un actor, una serie. Un vehículo de evasión que, lejos -lejísimos- de la internet, ocasionaba no pocos quebraderos de cabeza y, oh si, un valuarte de tráfico de cintas de video que rularon por mi estafeta de correos procedentes de todo el país y adyacentes siendo, por aquel entonces, toda una proeza.

Mis problemas de inserción social provocaron que mi afición a dicho actor no fuera del todo "común": lejos de las energúmenas imágenes de estrógenos andantes pro-ot y similares, mi afición se basaba en el respeto y admiración más absolutos. Era friki, si, pero muy educada. Cada "trofeo" que leía, que veía, que conseguía era una piedra más del camino que me alejaba de ser "normal" pero también del psiquiátrico más cercano. Una marca invisible en mi muñeca izquierda que me recuerda un favor debido.

Seguí escribiendo y llorando mi suerte. Pero cambié la mala vida por cintas vhs. Claro que la mala vida es como la idiotez, persistente y pegajosa como ella sola y un destino que incluyera aceras de madrugada y alcohol no llamaría una sola vez a mi puerta. Pero eso sería bastante después. ...


16.10.08

Duck, de Duchovny (I)

Esta mañana decidía no volver a escribir un solo post pensando en quién lo va a leer, en aparentar cordura y buen gusto, en escribir como cuando sabía escribir.
Esta mañana decidía que no sé escribir. Y me he quedado mucho más tranquila.


Recuerdo una mañana de mayo de 1997.
Camisetas anchas sobre pantalones de ciclista, zapatillas J.Hayber y clase de educación física en el instituto con la misma profesora que, poco despues, se volvería loca al quedar encerrada en el almacén de balones durante un fin de semana. No, todavía no teniamos móviles.

Aunque nunca lo aparenté, mi actitud era bastante clara: si hubiera existido la palabra y los medios, fácilmente me hubieran tirado huevos los no-emos.

Quizá no fue para tanto, pero conforme escribo, recuerdo los largos pasillos de persianas bajadas y las puertas abiertas que solo yo conocía cuando las frecuentaba, buscando dónde meterme durante los ratos en los que debería estar socializando con otros humanos de esos.
En la época en la que cada cual debe definirse, a mi no me gustaba ni una sola de las acepciones que se me ofrecían. Razón por la cual, opté por no elegir. ...

11.10.08

Biodraminas: Pomponio el Grande

Hay veces que para afrontar un viaje es necesario echarse previamente la biodramina al coleto. Y es que uno no tiene porqué tener siempre el destino claro: hoy me voy a Barcelona, a Tokelau o a la panadería de la esquina. Bien.
Por eso es bueno salpicar las paradas y estaciones de pequeñas biodraminas que nos hagan la espera más llevadera. Y si además nos echan sal en las heridas mejor: no hay nada como lo que escuece para curar llagas del tipo que sea.


Esta primera biodramina es una novela corta de Eduardo Mendoza:
"El asombroso viaje de Pomponio Flato"
, en Seix Barral.

En el siglo I de nuestra era, Pomponio Flato viaja por los confines del Imperio romano en busca de unas aguas de efectos portentosos. El azar y la precariedad de su fortuna lo llevan a Nazaret, donde va a ser ejecutado el carpintero del pueblo, convicto del brutal asesinato de un rico ciudadano.Muy a su pesar, Pomponio se ve inmerso en la solución del crimen, contratado por el más extraordinario de los clientes: el hijo del carpintero, un niño candoroso y singular, convencido de la inocencia de su padre, hombre en apariencia pacífico y taciturno, que oculta, sin embargo, un gran secreto. (R)Seix Barral.es


Ríanse a gusto ustedes con los prosaicos historiadores que tanto abundan ultimamente, con los relatos policíacos o la novela de consumo: esta obra es tan insólita y "romana" como divertida. Un revitalizante y cínico descubrimiento de 192 páginas, a saber:

Pomponio sobre la legislación judía:
"Debido a esto, los judíos andan siempre arrepintiéndose por lo que han hecho y por lo que harán, sin que esta actitud los haga menos irreflexivos a la hora de actuar, ni más honrados, ni menos contradictorios que el resto de los mortales. Sí son, comparados con otras gentes, más morigerados en sus costumbres. Rechazan muchos alimentos, reprueban el abuso del vino y las sustancias tóxicas y, por raro que suene, no son proclives a darse pro el culo, ni siquiera entre amigos."

Dentro de la espiral actual de bestsellers basados en el mismo patrón o los contratos esclavizantes a escritores que acaban por envolver la misma rutina linguística entre dos tapitas duras, Mendoza regala, de manos de Pomponio, un buen ejemplo de hacia dónde devería evolucionar la novela histórica.

8.10.08

Lluvia

*Sunflakes and rain by mcaksoy


Llueve y no poco. Cuando llueve donde vivo se huele a calor y tierra mojada.

Cuando la última gota toca el suelo se posa, liviano, sobre el asfalto y la hierba, un manto de silencio y resaca que me recuerda a los minutos previos a la salida del sol de invierno. Nadie suele verlo, aún andan metiendo el morro bajo sus paraguas y valgamé los cielos.

Empleé los últimos siete mil kilómetros en enamorarme de ti. Ahora, apenas otros mil kilómetros más, bien podrías pedirme ¿qué se yo?, quince hijos que igual me lo pensaba fría y calmadamente. Mientras sean hijos y no avales, soy toda tuya.
Quién me ha visto y quien me ve.

Hoy le contaba a una de mis conciencias -esto de las subcontratas es un chollo- que no podría pedir más. Mentira. Tiempo, aunque sea de baja calidad, siempre viene bien. Ella, mi conciencia, digo, se limita a gritar al otro lado del auricular la falta de verguenza a la que nunca ha terminado de acostumbrarse por mi parte. Alguna vez debería llamar a alguien para nada.


La Winehouse se me ha colado en el coche. Ella y el bueno de Mulder encarán eso de las adicciones como buenamente pueden. Sexo y drogas para la zona vip: cosas de estrellas. Yo me conformo con mantener en tres dígitos el montante de la cuenta corriente. Solo tengo como vicio reconocido ir dejando mis pasos por sucios aeropuertos y caminos de aceras y cal. Los otros vicios no suelo llamarlos como tal, sino más bien "aficiones poco transitadas": devoro otro capítulo más de Watchmen.

"El uno para el otro" y Rorschach que venga y lo vea.
Sigue lloviendo. Echába de menos esto. Y a ti.